23 de Agosto. Carrera Nocturna de Antorchas. Los Montones.

FIESTA DECLARADA DE INTERÉS TURÍSTICO REGIONAL

Este acontecimiento emerge como culminación de tres grandes mitos agrarios: el Sol, el Fuego y el Sacrificio Cristiano de la Cruz, en un ritual que sirve como símbolo de identidad de una comunidad: Carcelén.


Se repite esta tradición desde hace miles de años, ya que el pueblo existe como asentamiento humano desde el paleolítico. Es un ceremonial “sagrado”, cuyo valor relaciona al ser humano con el mundo agrario.


Los Montones, el fuego inicial y final, no son arbitrarios. El primero está situado en lo alto de la cumbre de la Piedra del mediodía. La roca aparece como testimonio de un culto solar olvidado que ha presidido siempre el pueblo de Carcelén y que ha mantenido su valor de único reloj solar de la comunidad. El fuego final se localiza en las eras, lugar de la recolección, el final de un ciclo de muerte y resurrección. El fuego como centro de toda la conmemoración, como necesidad de destruir el monte para recuperar nuevas áreas de cultivo.


Un ritual de penitencia pero también de fiesta, de celebración de la cosecha, en el tiempo exacto en que termina la recolección, en el momento en que ya las eras estaban limpias. Un fuego purificador, que regeneraba y aplacaba el orden: el propio cultivo.


Revelación de la tradición.


En la noche del 23 de Agosto, a las 23:00 horas, comienza el ritual, encendiendo tres montones en la cima de la montaña, tras lo cual los corredores y corredoras descienden la ladera de la montaña,  encendiendo a su paso un camino de fuego, portando antorchas para iluminar su camino.
A  mitad del recorrido, en la zona llamada popularmente “La Pilarica” se prende otro montón dando la salida a la carrera, momento en que los jóvenes convierten el miedo en adrenalina. El último tramo iluminado por antorchas, lleva a los corredores a su punto final donde se encuentra  el montón que será prendido por el portador de fuego, el ganador.


Como curiosidad, la piedra del mediodía es alumbrada durante las noches del mes de agosto para dar continuidad al hecho de estar iluminada permanentemente.


A los ganadores, tanto de la categoría masculina como femenina, se les entrega el Portador/a de Fuego, una escultura que el poseedor y poseedora guardarán hasta el siguiente año.

La tradición hecha sentimiento.


La Carrera de los Montones es nuestra seña de identidad, aquello que nos une a una comunidad, a un paisaje, a una tierra, a unas formas de vida, a este ritual de cada año con el que todos quedamos marcados.


Los días anteriores a la gran noche del 23 de agosto, se va forjando el fervor con aquellos corredores que comienzan a entrenarse por las noches para la carrera de los montones, ellos que sin duda son el sostén de una fiesta singular.


Hacer un Montón exige de pericia, colocar adecuadamente cinco remolques de leña no es tarea fácil, aunque los sitios están marcados por la huella de las hogueras de otros años. Están hechos con ramas de carrasca y realizados con varios días de anticipación y si el tiempo es seco, sólo cabe esperar un buen viento para que el resultado sea perfecto.


Lo espectacular de los montones es su visión desde los alrededores de la ermita: El rosario de luces, sus pequeños resplandores, las lucecillas de las antorchas que indican cuando un corredor toma ventaja sobre otro, y una vez que se han superado las cinglas, el silencio posterior, la oscuridad.


Más tarde llega el sonido seco de las pisadas sobre el pavimento de la carretera y el griterío cuando aparecen por la curva, la confusión de la llegada y los aspavientos de los padres que identifican a su hijo como el ganador.


El resplandor y el calor del último montón indican el final de la Carrera de los Montones, alrededor del mito del fuego. Ese fuego como signo de vida y conocimiento.